Andres de Mesa

Felipe Santiago

La Circe de Granada

Milagro de la rueda de molino

Las epidemias de peste constituían la principal calamidad que amenazaba a la sociedad del Antiguo Régimen. Capaces de paralizar la vida de una ciudad a la par que diezmaban su población, sus efectos se hacían especialmente dramáticos al desconocerse tratamientos eficaces de tipo preventivo y curativo. Entre las distintas ocasiones en las que la peste afectó a Granada, la de 1678-1679 destacó por su virulencia, resultando ser la más mortífera que había conocido hasta entonces la ciudad.

Tratándose de sociedades preindustriales incapaces de hacer frente a los fenómenos naturales adversos, causa frecuente de estas epidemias, no había generación que no hubiese vivido alguna vez los efectos trágicos de la peste. Así pues, la idea de una muerte inminente propiciaba que la población se encomendase mediante rogativas a la intercesión divina, ante el convencimiento de que la causa de los males que sufrían se encontraba en sus pecados. Ante tal situación, la ciudad de Granada recurrió a la imagen del Santo Crucifijo de San Agustín por lo que la Comunidad de Padres Agustinos y el Cabildo de la Ciudad decidieron sacar en procesión de rogativas dicha imagen, hecho que tuvo lugar el 5 de agosto de 1679. A la finalización de las calamidades, el pueblo perpetuaba su agradecimiento mediante el establecimiento de votos públicos como el que anualmente renueva el Ayuntamiento de Granada al Cristo de San Agustín. Asimismo, un año después fue fundada su hermandad, compuesta por miembros de los estamentos nobiliario y eclesiástico y, en cualquier caso, dependiente de la comunidad de Padres Agustinos.

Pero el fervor en torno a esta imagen también quedó reflejado en una serie de romances en los que se detallaba el desarrollo de la epidemia o los medios que se disponían para su prevención, constituyendo asimismo testimonios de excepción para conocer la religiosidad popular de la época. No exentos de una cierta intencionalidad educativa, eran realizados con el objetivo de canalizar la compleja espiritualidad del Barroco en la que pervivían numerosos elementos mágicos y paganos y que mostraba una gran disposición a interpretar los designios divinos mediante sucesos sobrenaturales y milagrosos. Y es que la frustración y la desesperación provocada por el miedo a la muerte propiciaban la predisposición a recurrir no solamente a la oración sino también a prácticas de tipo mágico, consideradas contrarias a la religión, pero que no eran ajenas siquiera a los propios miembros del estamento eclesiástico.

Actualmente son conocidos los cuatro romances que mostramos a continuación, aunque tenemos constancia de que en 1680 tuvo lugar un certamen poético, a modo de juegos florales, durante el transcurso de unas fiestas en su honor.