Cristo de San Agustín

Las singulares circunstancias y características que concurren en la imagen del Santo Cristo de San Agustín, la convierten en un objeto de estudio complejo y de gran responsabilidad. Un estudio artístico no sensible a la centenaria historia de devoción que arrastra esta imagen no puede ser, sin lugar a dudas, completo ni consecuente. Esperamos, por tanto, atender a esas expectativas en las líneas siguientes, aunque nos centraremos concretamente en los aspectos estilísticos de la factura escultórica de ésta.

La imagen que estudiamos, ocupa por derecho propio un lugar destacadísimo en la imaginería sobre la Pasión de Cristo de nuestra ciudad. «La iconografía del Crucifijo en Granada es muy notable, porque alcanza al ciclo de Alonso Cano, incluyendo a Martínez Montañés, y arranca del de Bigarny en el retablo de la Capilla Real, seco y de anatomía rudimentaria, como los de Balmaseda que de él se derivan. El salto hacia la perfección plástica lo dio Jacobo Florentino, cuya excelencia como escultor bien merece exaltarse, y a él se puede atribuir el imponente Crucifijo, llamado de San Agustín en Granada (…)». Estas estudiadas apreciaciones de D. Manuel Gómez Moreno son la base de la aún incontestada atribución del Cristo de San Agustín al artista de Florencia, cuyo verdadero apellido era Torni.

El análisis estilístico determina de modo evidente su adscripción cronológica a un momento temprano del siglo XVI. En los inicios de esta centuria en Granada se están acometiendo importantes obras artísticas con el fin de dotar a la nueva ciudad cristiana. Esto hace de nuestra ciudad una importante foco de atracción para los artistas extranjeros. Entre ellos, el francés Felipe Bigarny deja una excelente muestra de su arte en el retablo mayor de la Capilla Real. Sin embargo, la tensión emocional de sus realizaciones escultóricas deja, en cierto modo, a un lado otras preocupaciones formales como las que podemos rastrear en el Santo Cristo.

La sobriedad con tinte ideal de sus formas, penetradas de un sentido clásico entroncado ya con la emoción religiosa hispana, nos habla de un artista italiano. De los escultores de aquel país venidos a España, Torrigiano no era candidato principal por no haber venido nunca a Granada. Sin embargo, Jacobo Torni o Florentino (Apodado por el tratadista Vasari como «el Indaco») ya aparece en Granada hacia 1520 en las obras de la Capilla Real, principalmente en el retablo de la Capilla de la Santa Cruz. Sus peculiares y bellísimos grutescos en dicho retablo llevaron a relacionar a este artista con el imponente grupo del Entierro de Cristo que, procedente del Monasterio de San Jerónimo, se conserva en el Museo Provincial de Bellas Artes. En este último aparece ya claramente configurado el tipo de Cristo que repetirá de modo singularmente pleno en el Cristo de San Agustín.

El equilibrio en el juego de los volúmenes marca la verticalidad de este impresionante Crucificado, no resaltando en exceso la musculatura y comprimiendo nerviosamente la tensión y emoción religiosas en formas de blando y hermoso modelado. Todas ellas son notas distintivas de un Cristo pronto mediomilenario, pues debió ejecutarse entre la llegada de Florentino a Granada en 1520 y su muerte en 1526 y, más probablemente antes de 1523 en que marcha camino de Murcia para trabajar en la Catedral de aquella ciudad.

La policromía, por otro lado, es otro punto de competencia estilística. Sabemos que en el retablo de la Santa Cruz contó con dos colaboradores policromadores, Antonio de Plasencia y Alonso de Salamanca. Es muy plausible que por el apremio de múltiples trabajos nuestro artista se sirviera de este grupo de colaboradores de modo habitual. Las coincidencias con el grupo del Entierro de Cristo así parecen indicarlo e incluso se pueden establecer conexiones con el propio retablo mayor de la Capilla Real y hablar así de una hipotética intervención en él de Florentino o del grupo por él dirigido.

En el caso del Santo Cristo de San Agustín, la policromía está emparentada directamente con las obras mencionadas, quizás de manos de los policromadores señalados. La inexistencia de sudario tallado, y consecuentemente estofado, no permite estrechar aún más estas relaciones. Se trata de una carnación de pulimento que se encuentra oscurecida, ofreciendo un tono engañoso; su comparación con el grupo del Entierro de Cristo del Museo de Bellas Artes, recién restaurado, nos puede dar una idea aproximada de cómo pudo ser la original. A ello se añade una también oscura policromía de sangre, pintada a pincel y a bulto, aunque en parte parece proceder de un repinte posterior, que en nada desmerece al sobrio conjunto.

Se trata, en definitiva, de una talla de sobrado mérito y extraordinario interés por su antigüedad, así como por la procedencia de su autor y las influencias que sobre el arte granadino pudo dejar. Además, la acendrada devoción que desde temprano esta ciudad le tributó a la imagen, realzan aún más sus ya de por sí extraordinarios valores. Por ello, su custodia y veneración deben ser a un tiempo orgullo y responsabilidad de la que participamos todos los hermanos.