CRISTO DE SAN AGUSTÍN

CRISTO DE SAN AGUSTÍN

Debemos al veinticuatro del Ayuntamiento de Granada D. Juan de Morales Hondonero uno de los textos más expresivos sobre la presencia procesional del Stmo. Cristo de San Agustín por las calles de Granada, con ocasión de la rogativa del año 1750. El texto que se inserta a continuación procede de su curioso opúsculo Ceremonias que esta Ciudad de Granada ha de observar y guardar en las ocasiones que se ofrezcan, así en su Sala Capitular como en las Funciones públicas, editado en 1752, con la intención de fijar de una forma clara y práctica el protocolo que el consistorio granadino debía cumplir en todas las festividades y funciones de la ciudad.

La obra de Morales Hondonero recoge, desde luego, la obligación municipal de renovar el Voto al Cristo de San Agustín cada 8 de agosto -fecha que se ha mantenido hasta hace pocos años-, lo que se hacía entonces en el convento de agustinos calzados. Pero incluye también, en la parte final de la obra, algunas descripciones que nos ilustran sobre la participación del cabildo municipal en funciones extraordinarias, como eran éstas de rogativa.

El motivo no era otro que la sequía que atenazaba a la ciudad de Granada y a sus campos. No era la primera vez que en situación de escasez de lluvia se recurría al Cristo de San Agustín. Ya había ocurrido anteriormente en 1587 y en 1635 con resultado satisfactorio. Por eso, la ciudad de Granada se encomendó de nuevo al Cristo de San Agustín, aunque no fue la única imagen implorada en esta ocasión, como también era habitual.

A Morales Hondonero le importaba poco la concreción de las fechas, pero mucho el protocolo seguido. Su intención era preservar la memoria del ceremonial y por eso enumera de forma fidedigna a los organizadores de aquella rogativa de 1750: el Ayuntamiento de Granada, que la ofreció al «milagroso simulacro de Jesús Crucificado» del convento de San Agustín; la Hermandad de las Angustias, a su Imagen titular, y la Universidad de Beneficiados de la ciudad, a la reliquia de San Cecilio, venerada en la parroquia de su nombre. En los dos últimos casos fue invitada a asistir la corporación municipal.

Se advierten claramente las preferencias devocionales de entonces. A San Cecilio se le califica ya de patrón, la Virgen de las Angustias era oficiosamente patrona de la ciudad y al Cristo de San Agustín se acudía como sagrado protector. Es curioso que a esta Imagen se dirigiera la rogativa organizada por las autoridades municipales, si bien la procesión del Santo Cristo tenía como destino el templo parroquial de las Angustias.

Por lo demás, debe destacarse la sintonía entre la comunidad de agustinos calzados y la Hermandad del Cristo de San Agustín. La petición para procesionar la venerada Imagen es formulada al prior del convento por el maestro de ceremonias del Ayuntamiento, pero aquél no se pronunció afirmativamente hasta consultar con la hermandad, que, por supuesto, accedió gustosa a procesionar el Santo Crucifijo. Precisamente se había fundado la corporación, en 1680 para encauzar el creciente culto hacia la Imagen a raíz de su benéfica mediación en la epidemia de peste del año anterior.

La rogativa consistió en 1750 en misa cantada con sermón, seguida de procesión general, a la que estaban obligados a asistir todo el clero, cofradías y corporaciones de Granada. Los gastos de función y cera corrieron a cargo del Ayuntamiento. La oficialidad del culto al Cristo de San Agustín -setenta años después de la formulación del Voto- se había consolidado en la ciudad de Granada.

Rogativa al Cristo de San Agustín (1750)

Frontispicio de la «Gazetilla curiosa», del P. de la Chica, de agosto de 1764
Una fuente fundamental para el estudio de Granada en el siglo XVIII sigue siendo la Gazetilla Curiosa o Semanero Granadino, noticioso y útil para el bien común (en sus tres últimos números se simplificó como Gazetilla de Granada). Fue el empeño de un inquieto fraile trinitario calzado, lector jubilado en el convento de Granada, fray Antonio de la Chica Benavides. Con tesón fue recabando datos de casi todos los templos de la ciudad y publicándolos semanalmente gracias a la imprenta sita en el mismo convento. Los coetáneos Paseos por Granada de Juan Velázquez de Echeverría, obra más sólida, se detienen de forma especial en los restos del pasado musulmán de Granada, por lo que ambas obras se complementan de forma admirable para ofrecer un visión de conjunto de la Granada del setecientos.

Era el de La Chica un semanario de anuncios (incluye compra-ventas, empleos, objetos perdidos) con aparición cada lunes, una de las publicaciones pioneras del periodismo granadino. Comenzó la edición el 9 de abril de 1764 y acabó en junio del año siguiente, a causa de la muerte de su autor, de la que se daba cuenta en la penúltima edición (número LXI).

La rotación del jubileo circular de las Cuarenta Horas le sirve de pretexto para hacer descripciones de parroquias y de conventos, de hospitales y de ermitas, en una completa guía eclesiástica de Granada. Varias son las referencias a hermandades y cofradías granadinas, aunque en la mayoría de los casos se trate de escuetas notas. La Chica se ha ganado así un lugar de honor entre las fuentes de estudio cofrade en el siglo XVIII, igual que lo obtuvo Henríquez de Jorquera con sus Anales de Granada para el siglo XVII.

La Gazetilla -también llamada Mamotreto, por la forma conjunta en que se compilaron sus números- ofrece noticias sobre la Congregación del Cristo de San Agustín. Lo hace al tratar del Jubileo Circular, que en 1764 correspondió al convento de agustinos calzados los días 7, 8 y 9 de agosto, para solemnizar las funciones en honor al Crucificado de San Agustín. Por eso figura en la Gazetilla del día 6 de agosto. Comienza, como todas, con un aviso moral, que en este caso -no podía ser de otro modo- se inspira en Jesús Crucificado.

La Chica se detiene en este texto, que se adjunta, en la fundación de los agustinos calzados en Granada (en 1513) y su primer enclave en el Albaicín -época en que debieron encargar la ejecución de la venerada imagen- y en una breve descripción de su insigne convento. En el colateral del presbiterio se encontraba la imagen del Stmo. Cristo de San Agustín, del que se comenta su benéfica intervención en la sequía de 1587. Se da cuenta de la fundación de su congregación de «sujetos de este pueblo, de ambos estados» (nobiliario y eclesiástico) y de la existencia de sus constituciones, impresas sólo cuatro años ates. Entre los hijos ilustres de este convento agustino se menciona a fray Tomás de Paredes, que fue obispo auxiliar de Granada, con título de Claudiópolis, desde 1652 hasta 1667.

Gazetilla curiosa del Padre de la Chica (1764)

Medianero entre Dios y los hombres, representado en la milagrosa imagen del Santísimo Cristo de S. Agustín, así se define a Jesús Crucificado en la misma portada de la Novena que se editó en Granada, en la Imprenta de los Herederos de D. Manuel Gómez Moreno, en 1834. Se añade asimismo -uno de los testimonios en que aparece- el título de «Sagrado Protector de la Ciudad de Granada» que ostenta la Imagen Titular de nuestra Hermandad.

Sin embargo, la Novena tiene más de los ciento setenta años transcurridos desde esa fecha hasta hoy, si consideramos -como consta en ella- que el arzobispo de Granada D. Felipe de los Tueros y Huerta (que lo fue entre 1734 y 1751, fecha de su muerte) concedió indulgencias a quienes la hiciesen. Esta concesión de gracias espirituales es otro indicio -junto a la profusión de grabados, por ejemplo- para calibrar el auge que había alcanzado la devoción al Stmo. Cristo de San Agustín en las décadas centrales del Setecientos. Esas gracias espirituales fueron renovadas y ampliadas –probablemente con ocasión de la reimpresión- por otro de los prelados de la ciudad, D. Blas Joaquín Álvarez de Palma, arzobispo entre 1814 y 1837.

¿Por qué motivo reimprimen los devotos de esta Sagrada Imagen su Novena en 1834? La respuesta la encontramos en una nueva necesidad colectiva de la ciudad. Ciertamente, esos cataclismos han marcado la trayectoria devocional en torno a esta Imagen. En la misma Novena se menciona su benéfica intervención en relación con la sequía de 1587 y con la peste de 1679.

En 1834 Granada se hallaba sumida en una nueva epidemia, de cólera morbo en este caso. Nuevamente se recurrió a la mediación del Cristo de San Agustín. A comienzos de julio se le ofrecieron nueve días de rogativas; para esta ocasión se reimprimió el texto de la Novena. Terminada ésta, se reunió la Hermandad el día trece de ese mes y decidió realizar procesión de rogativa con el Santo Crucifijo hasta el Hospital de San Juan de Dios. Fue la última rogativa pública con el Cristo de San Agustín antes de la exclaustración.

La Novena no constituía un culto reglado de la Hermandad. Éste tenía lugar en agosto y consistía en tres funciones en días consecutivos (5, 6 y 7 del mes), previas a la Solemne Función de renovación del Voto de la Ciudad (8 de agosto). Cuando a estas celebraciones se le antepuso una más a cargo de las señoras devotas del Santo Cristo, en 1816, se configuró lo que acabaría siendo un quinario.

Si embargo, la Novena nació con un talante más devocional y espiritual. Estaba pensada para ser realizada de forma individual por hermanos y devotos, no de forma solemne y corporativa. Hasta el punto de que sus oraciones podían hacerse en el domicilio de cada uno, ante una estampa de la Imagen -he aquí la importancia de la dilatada serie de grabados conocidos- o ante cualquier crucifijo. Era una guía para profundizar en la senda espiritual, una especie de «misión doméstica».

Su inspiración es clara: los textos devotos que la conforman están sacados de las obras de San Agustín, como las Meditaciones y los Soliloquios. Con ellos se profundiza en el misterio redentor de la Pasión y Muerte de Jesús. La mano de un fraile agustino se rastrea, por tanto, tras los textos de la Novena.

Bien conocido es el cristocentrismo subyacente a la teología agustiniana. No faltan, empero, oraciones -para todos los días- encomendándose a la mediación de la Virgen María, así como al mismo santo obispo de Hipona. En otras palabras, la devoción mariana -que en la actualidad ha cristalizado en nuestra Hermandad bajo la advocación de Consolación- ya se hallaba presente en los antiguos hermanos de la corporación.

Por lo demás, se especifican las condiciones para realizar correctamente y con aprovechamiento la Novena, como son la confesión y la comunión, recomendándose, aunque se podía hacer en cualquier época del año, el tiempo de Cuaresma y, claro está, las fechas en torno a la celebración principal del Cristo de San Agustín, como eran los días 5 al 13 de agosto de cada año. También se podía realizar en nueve viernes, enlazando con la tradición de culto de la Hermandad en este día de la semana. Antaño, como figura en las primeras reglas, celebrando una misa cantada todos los viernes del año, «descorridos los velos» que habitualmente ocultaban la venerada Imagen; en la actualidad, mediante la Eucaristía y el acto de adoración al Santísimo se celebran los primeros viernes de cada mes.

Comenzaba el ejercicio con la señal de la Santa Cruz y el acto de contrición, pasando después a las oraciones (dos cada día, destinadas respectivamente a Dios Padre y a Dios Hijo) y a las jaculatorias, en número de cinco en honor de las llagas de Jesucristo, que se repetían todos los días. El padrenuestro, el avemaría y el gloria, más una antífona y una oración cerraban a diario el ejercicio de la Novena.

Un texto devoto, en definitiva, que se ofrece para que los hermanos puedan disfrutar de las bellas argumentaciones de San Agustín en torno a Cristo Crucificado y de las sentidas oraciones que nos lo presentan como el amado, la luz, la vida, el fuego, la espada y la saeta, etc.

Novena al Cristo de San Agustín (1834)

SOLEMNE FUNCIÓN DE SU MAJESTAD LA REINA ISABEL II (1863)
En la Biblioteca de la Universidad de Granada se encuentra un ejemplar (que aquí reproducimos) del curioso sermón que el día 18 de enero de 1863 se pronunció en la iglesia del convento del Sto. Ángel Custodio, entonces en la calle Cárcel Baja (donde hoy se levanta el edificio del Banco de España), en el transcurso de una solemne función religiosa organizada por la Real Hermandad del Cristo de San Agustín y por la Ilustre Asociación de Señoras aneja a ella.

El motivo del sermón no era otro que la declaración de la Reina Isabel II de Borbón como Protectora y Hermana Mayor Perpetua de ambas corporaciones. Esta distinción constituye el culmen de una fecunda relación entre la Hermandad y la Reina, celosa católica y defensora de las tradiciones religiosas.

Ciertamente, ya había concedido Isabel II el título de Real a la Hermandad del Cristo de San Agustín en el año 1844, cuando, una vez bien asentada en el trono, la Hermandad debió manifestarle su adhesión. Gran devota de la Virgen de las Angustias, en 1862 visitó su templo y también el convento del Sto. Ángel Custodio, orando ante el Stmo. Cristo de San Agustín. Ocurrió el día 13 de octubre de 1862.

Pues bien, con fecha de 31 de diciembre de ese mismo año -hace ahora ciento cuarenta años-, se comunicó a la Hermandad la citada protección regia, por oficio firmado por el Mayordomo Mayor de Palacio, el duque de Bailén. La noticia causó general alegría entre los cofrades y señoras devotas del Santo Crucifijo, en una época de esplendor en la que presidía la Hermandad el arzobispo de Granada, D. Salvador José de Reyes.

Con urgencia se preparó la función del 18 de enero del año siguiente, en la que, con toda solemnidad, ocupó el púlpito D. Antonio Sánchez-Arce y Peñuela, que por entonces ocupaba la dignidad de chantre en la Catedral granadina y había sido predicador de Su Augusta Majestad.

Sánchez-Arce era un magnífico orador de la Granada de la época. Ese mismo año 1862 había publicado unas célebres Lecciones de Oratoria Sagrada. Lo encontramos, con frecuencia, exaltando al Patriarca S. José, en su septenario celebrado en el Monasterio de las Madres Capuchinas, o en las funciones en honor de la Virgen de las Angustias. Precisamente en 1849 había escrito su interesante Memoria sobre la aparición de María Santísima de las Angustias. Fue también un gran devoto del Santísimo Cristo de San Agustín.

En su pieza oratoria ensalza las virtudes de la soberana, deteniéndose en su celo religioso. La propone como ejemplo para el auditorio de aquella función, a la vez que subraya la humildad regia al postrarse ante Cristo, como había hecho físicamente ante la imagen del Sagrado Protector de la ciudad de Granada, y rendirle adoración, cumpliendo así el vaticinio de David: «Adorarán al Mesías todos los reyes de la tierra».

No faltan en su sermón críticas a la política liberal que arrasó en su expansión una parte del patrimonio religioso granadino, como era el convento de San Agustín, donde había nacido la devoción a nuestra Sagrada Imagen Titular.

Solemne Función de la Reina Isabel II (1863)

Bula concedida por Su Santidad Pío IX de 27 de febrero de 1863 a la Hermandad del Cristo de San Agustín
Las bulas recibidas por la Hermandad responden a un momento de especial esplendor. En los últimos años del reinado de Isabel II y muy ajenas a las dificultades que se avecinaban a finales de la década de 1860, las cofradías granadinas conocieron, en general, una época de prosperidad. Así ocurrió en la Hermandad del Stmo. Cristo de San Agustín.

Indicios de la brillantez de esa etapa son, sin duda, los solemnes cultos que se celebraron durante esos años, que nos han dejado, como testimonios impresos, diversos folletos reseñando los predicadores del quinario anual. Se desarrollaba entre los días 5 al 9 de agosto y en la función del día 8 -fecha originaria del Voto de la Ciudad- se recibía solemnemente a la corporación municipal.

Entre los comisarios de cada año encontramos personas distinguidas de la sociedad granadina, como nobles, senadores o canónigos; en una ocasión incluso el propio deán de la Catedral (1860) y hasta el mismo arzobispo de Granada (1857). No es de extrañar, pues el arzobispo don Salvador José de Reyes estuvo al frente de la Hermandad entre 1852 y 1864. Lo más granado de la oratoria sacra granadina ocupó la sagrada cátedra durante aquellos célebres quinarios.

Debe resaltarse que, por entonces, gozaba de una intensa vitalidad la Asociación de Señoras aneja a la antigua Hermandad del Cristo de San Agustín. Por las actas que se han conservado, sabemos que militaban en esta rama numerosas damas de la alta sociedad granadina -muchas de ellas eran esposas o hijas de miembros de la Hermandad-, que elegían sus propios cargos y que en todo momento se afanaron de mantener el culto al Stmo. Cristo de San Agustín en el convento del Santo Ángel Custodio, ubicado por entonces en lo que actualmente es el Banco de España.

Un último indicio de ese auge en la segunda mitad del siglo XIX es, sin duda, el nombramiento de la reina Isabel II como Hermana Mayor y Protectora perpetua de la corporación. Ya hubo un ofrecimiento, seguramente aceptado, por parte de la Hermandad en 1844, pero esa vinculación con la soberana quedó definitivamente rubricada el 31 de diciembre de 1862, fecha que presenta la comunicación de aceptación girada a la Hermandad por el duque de Bailén, Mayordomo Mayor de Palacio.

En este ambiente la Hermandad se animó a completar las indulgencias de que disponía -concedidas por el arzobispo don Felipe de los Tueros entre 1734 y 1751 y por el arzobispo D. Blas Joaquín Álvarez de Palma a comienzos del siglo XIX- con otras gracias espirituales concedidas por el Sumo Pontífice.

Las bulas en favor de la Real Hermandad y de la Asociación de Señoras, respectivamente, están fechadas en la basílica de San Pedro el día 27 de febrero de 1863. Concedían indulgencia plenaria, a título personal, el día del ingreso en la Hermandad y también en el momento de la muerte, concesión bastante habitual.

Además se concedían otras indulgencias plenarias, relacionadas específicamente con fiestas propias de la Hermandad, como era la festividad de la Invención de la Cruz (3 de mayo), Exaltación de la Cruz (14 de septiembre, fecha en la que actualmente se renueva el Voto de la Ciudad) y un día del mes de agosto, con potestad de fijar la fecha exacta por parte de la propia Hermandad, que así lo hizo en el 6 de dicho mes, festividad de la Transfiguración de Jesucristo.

Estas gracias espirituales fueron concedidas por sendas bulas de Pío IX. Las bulas son documentos pontificios relativos a materias de fe, asuntos judiciales y disciplinares y concesión de gracias espirituales. En este último caso, los Papas gozaban del privilegio de conceder tales gracias, que se consideraban procedentes del inacabable tesoro de gracia que nos ofreció Cristo en su Pasión. Emitía las bulas la cancillería pontificia y generalmente eran validadas en España para hacer uso de ellas.

Gozar de esas indulgencias era un signo de distinción, pues su consecución originaba una tramitación, a veces larga y costosa. No obstante, fueron muchas las cofradías que emprendieron la senda para obtener gracias particulares -había algunas generales que se obtenían por carta de hermandad emitida por alguna orden religiosa o incluso archicofradía, como ocurría con las indulgencias de la Sacramental de la Minerva, de las cofradías de la Vera Cruz o de las congregaciones rosarianas-, con lo que ofrecían más alicientes a quienes decidían ingresar en a la Hermandad, atesorando algunas cofradías abundantísimas gracias espirituales.

En 1902 la Hermandad del Santísimo Cristo de San Agustín, sita en el convento del Sto. Ángel Custodio (feligresía del Sagrario), se componía de cincuenta y dos hermanos y éstos satisfacían para los gastos anuales la cantidad de treinta y seis reales cada uno. Cifra respetable, así como el número de hermanos, que siempre fue limitado (a setenta y dos en las primeras reglas, que datan de 1680). Sin embargo, la corporación se encontraba en déficit, de forma que no cumplía con la misa cantada de cada viernes del año, prescrita desde la fundación de la misma.

¿Por qué interesaba al Gobierno Civil la información sobre la Hermandad? Como había ocurrido en otras ocasiones (reinado de Carlos III, sexenio revolucionario), las autoridades se preocuparon del número de cofradías existentes y sobre todo de sus gastos. En los escuetos estatutos de la Hermandad del Cristo de San Agustín de 1842, aprobadas tanto por el Ordinario como por el Jefe Político de la ciudad -según acababa de ordenar el gobierno liberal, se insistía mucho en la sencillez del culto y en la limitación de los gastos.

Ahora las autoridades, también liberales, se interesaban de nuevo por las cofradías. Año y medio antes de este informe el gobierno de Sagasta había blandido la bandera anticlerical. Las circunstancias políticas aconsejaban la supresión de procesiones y actos religiosos públicos. En 1901 no hubo en Granada procesiones de Semana Santa. La Ley de Asociaciones de 1887 había permitido una nueva expansión de los institutos religiosos y de las asociaciones de seglares. Ahora se acercaban tiempos de restricciones o al menos de control. Este fue el motivo del presente informe. Tal vez por la misma razón se actualizaron los estatutos de la Hermandad ese mismo año 1902. Era entonces arzobispo, en los últimos años de su episcopado, D. José Moreno Mazón.

El autor de este informe no es otro que el Presidente de la Hermandad, el presbítero D. Manuel Arcoya y Bleda y, dadas las circunstancias, moduló perfectamente los términos de su escrito: insiste en el déficit económico -no sin cierta amargura- y en la correcta situación legal de la Hermandad, que ya contaba con estatutos -no menciona otras renovaciones- aprobados por la autoridad civil, los citados de 1842. El secretario de la Hermandad era entonces D. Carlos Medina y León Zegrí. Además, cada año se designaban por suerte seis comisarios para la organización de las funciones, elevado número que encubre las frecuentes renuncias a desempeñar tal cometido, en una hermandad que seguía formada principalmente por miembros de la aristocracia y del clero granadinos.

D. Manuel Arcoya contaba entonces con 71 años de edad y su relación con la Hermandad venía desde antiguo, pues ya había predicado en el quinario del Cristo de San Agustín en 1857. Insigne orador, ocupó la cátedra en varias ocasiones en la novena de la Inmaculada (convento de la Concepción), en el septenario de San José (parroquia de su nombre) y, especialmente, en el del Cristo de la Salud y la Virgen de las Angustias (parroquia de S. Andrés). En 1902 culminaba su carrera eclesiástica como capellán de la Capilla Real, tras haber prestado dilatados servicios a la diócesis: cura en Beas de la Sierra, en San Cecilio y en La Magdalena, además de examinador sinodal.

Respecto a la Hermandad, potenció su vida sacramental; no en vano fue el primer capellán de la sección granadina de la Adoración Nocturna, a cuya fundación había contribuido en 1901 en la iglesia de San Matías. En el informe relata someramente también la fundación de la hermandad, la mediación del Santo Cristo en calamidades públicas y su traslado al convento del Ángel Custodio tras la exclaustración, «mediante providencia del Ilmo. Sr. Arzobispo».

Informe 1902

Petición a la autoridad eclesiástica por parte de la Hermandad en 1922
Sumamente curiosa resulta la petición que se ofrece a continuación, elevada por la Hermandad del Stmo. Cristo de San Agustín a la autoridad eclesiástica en 1922. Concretamente el 31 julio de ese año, y ante la proximidad de las funciones anuales en honor del Cristo de San Agustín -en forma de quinario-, del 4 al 8 de agosto, fecha de la renovación del Voto de la Ciudad, el presidente de la Hermandad presentó la solicitud para exponer solemnemente el Santísimo en los ejercicios de esos días.

El presidente, como había sido muy frecuente en las décadas anteriores, era entonces un presbítero. Ciertamente los sacerdotes abundaron siempre en una corporación que había sido fundada en 1680 por caballeros y eclesiásticos. En 1922 era presidente -así se denominaba entonces al hermano mayor- el beneficiado de la Catedral granadina D. Enrique Muñoz Fernández.

Seguramente como todos los años, cursó esta petición para que en dichos días, como se hacía desde tiempo inmemorial, «pueda exponerse solemnemente el Santísimo Sacramento tanto en los ejercicios de la mañana como en los de la tarde». Era una forma, explicaba textualmente, de que «no decaiga el esplendor de estos cultos».

Debe considerarse que la exposición solemne del Santísimo Sacramento era un signo de distinción especial en determinadas fechas y que además era costumbre, hasta el Concilio Vaticano II, que la Sagrada Hostia permaneciera manifiesta a los fieles incluso en el transcurso de la misa, costumbre hoy desechada al subordinarse inexorablemente los actos de adoración eucarística a la celebración de la misa, en la que tiene lugar la consagración.

Esa exposición solemne se pedía para los cinco días, tanto por la mañana como por la tarde. Las misas de las mañana, generalmente celebradas por el capellán del convento, tenían lugar a las diez y media y se consideraban «funciones de Instituto». Las vespertinas, más solemnes, conformaban propiamente el Quinario. Se celebraban a las cinco de la tarde y predicaban insignes oradores. Hoy, con carácter cuaresmal celebra la Hermandad el Quinario en honor del Cristo de San Agustín.

La petición fue aprobada con celeridad por el Arzobispado, cuya autorización (la escueta nota mecanografiada: «Como se pide con las indulgencias acostumbradas») aparece datada el día 1 de agosto y firmada por el Secretario de Cámara y Gobierno, D. Pedro Casanova, uno de los tres sobrinos que trajo consigo el arzobispo -después cardenal- D. Vicente Casanova Marzol, que había entrado pública y oficialmente en Granada ocho meses antes, en diciembre de 1921.

CONVOCATORIAS DEL QUINARIO AL CRISTO DE SAN AGUSTÍN EN EL SIGLO XIX
Convocatoria del quinario al Cristo de San Agustín (1863)

Convocatoria del quinario al Cristo de San Agustín (1865)

Convocatoria del quinario al Cristo de San Agustín (1867)