Solemne-Funcion-de-la-Reina-Isabel-II-1863

En la Biblioteca de la Universidad de Granada se encuentra un ejemplar (que aquí reproducimos) del curioso sermón que el día 18 de enero de 1863 se pronunció en la iglesia del convento del Sto. Ángel Custodio, entonces en la calle Cárcel Baja (donde hoy se levanta el edificio del Banco de España), en el transcurso de una solemne función religiosa organizada por la Real Hermandad del Cristo de San Agustín y por la Ilustre Asociación de Señoras aneja a ella.
El motivo del sermón no era otro que la declaración de la Reina Isabel II de Borbón como Protectora y Hermana Mayor Perpetua de ambas corporaciones. Esta distinción constituye el culmen de una fecunda relación entre la Hermandad y la Reina, celosa católica y defensora de las tradiciones religiosas.
Ciertamente, ya había concedido Isabel II el título de Real a la Hermandad del Cristo de San Agustín en el año 1844, cuando, una vez bien asentada en el trono, la Hermandad debió manifestarle su adhesión. Gran devota de la Virgen de las Angustias, en 1862 visitó su templo y también el convento del Sto. Ángel Custodio, orando ante el Stmo. Cristo de San Agustín. Ocurrió el día 13 de octubre de 1862.
Pues bien, con fecha de 31 de diciembre de ese mismo año, se comunicó a la Hermandad la citada protección regia, por oficio firmado por el Mayordomo Mayor de Palacio, el duque de Bailén. La noticia causó general alegría entre los cofrades y señoras devotas del Santo Crucifijo, en una época de esplendor en la que presidía la Hermandad el arzobispo de Granada, D. Salvador José de Reyes.
Con urgencia se preparó la función del 18 de enero del año siguiente, en la que, con toda solemnidad, ocupó el púlpito D. Antonio Sánchez-Arce y Peñuela, que por entonces ocupaba la dignidad de chantre en la Catedral granadina y había sido predicador de Su Augusta Majestad.
Sánchez-Arce era un magnífico orador de la Granada de la época. Ese mismo año 1862 había publicado unas célebres Lecciones de Oratoria Sagrada. Lo encontramos, con frecuencia, exaltando al Patriarca S. José, en su septenario celebrado en el Monasterio de las Madres Capuchinas, o en las funciones en honor de la Virgen de las Angustias. Precisamente en 1849 había escrito su interesante Memoria sobre la aparición de María Santísima de las Angustias. Fue también un gran devoto del Santísimo Cristo de San Agustín.
En su pieza oratoria ensalza las virtudes de la soberana, deteniéndose en su celo religioso. La propone como ejemplo para el auditorio de aquella función, a la vez que subraya la humildad regia al postrarse ante Cristo, como había hecho físicamente ante la imagen del Sagrado Protector de la ciudad de Granada, y rendirle adoración, cumpliendo así el vaticinio de David: «Adorarán al Mesías todos los reyes de la tierra».
No faltan en su sermón críticas a la política liberal que arrasó en su expansión una parte del patrimonio religioso granadino, como era el convento de San Agustín, donde había nacido la devoción a nuestra Sagrada Imagen Titular.