Novena-al-Cristo-de-San-Agustin-1834

Medianero entre Dios y los hombres, representado en la milagrosa imagen del Santísimo Cristo de S. Agustín, así se define a Jesús Crucificado en la misma portada de la Novena que se editó en Granada, en la Imprenta de los Herederos de D. Manuel Gómez Moreno, en 1834. Se añade, asimismo -uno de los testimonios en que aparece- el título de «Sagrado Protector de la Ciudad de Granada» que ostenta la Imagen Titular de nuestra Hermandad.

Sin embargo, la Novena tiene más de los ciento setenta años transcurridos desde esa fecha hasta hoy, si consideramos -como consta en ella- que el arzobispo de Granada D. Felipe de los Tueros y Huerta (que lo fue entre 1734 y 1751, fecha de su muerte) concedió indulgencias a quienes la hiciesen. Esta concesión de gracias espirituales es otro indicio -junto a la profusión de grabados, por ejemplo- para calibrar el auge que había alcanzado la devoción al Stmo. Cristo de San Agustín en las décadas centrales del Setecientos. Esas gracias espirituales fueron renovadas y ampliadas –probablemente con ocasión de la reimpresión- por otro de los prelados de la ciudad, D. Blas Joaquín Álvarez de Palma, arzobispo entre 1814 y 1837.

¿Por qué motivo reimprimen los devotos de esta Sagrada Imagen su Novena en 1834? La respuesta la encontramos en una nueva necesidad colectiva de la ciudad. Ciertamente, esos cataclismos han marcado la trayectoria devocional en torno a esta Imagen. En la misma Novena se menciona su benéfica intervención en relación con la sequía de 1587 y con la peste de 1679.

En 1834 Granada se hallaba sumida en una nueva epidemia, de cólera morbo en este caso. Nuevamente se recurrió a la mediación del Cristo de San Agustín. A comienzos de julio se le ofrecieron nueve días de rogativas; para esta ocasión se reimprimió el texto de la Novena. Terminada ésta, se reunió la Hermandad el día trece de ese mes y decidió realizar procesión de rogativa con el Santo Crucifijo hasta el Hospital de San Juan de Dios. Fue la última rogativa pública con el Cristo de San Agustín antes de la exclaustración.

La Novena no constituía un culto reglado de la Hermandad. Éste tenía lugar en agosto y consistía en tres funciones en días consecutivos (5, 6 y 7 del mes), previas a la Solemne Función de renovación del Voto de la Ciudad (8 de agosto). Cuando a estas celebraciones se le antepuso una más a cargo de las señoras devotas del Santo Cristo, en 1816, se configuró lo que acabaría siendo un quinario.

Si embargo, la Novena nació con un talante más devocional y espiritual. Estaba pensada para ser realizada de forma individual por hermanos y devotos, no de forma solemne y corporativa. Hasta el punto de que sus oraciones podían hacerse en el domicilio de cada uno, ante una estampa de la Imagen -he aquí la importancia de la dilatada serie de grabados conocidos- o ante cualquier crucifijo. Era una guía para profundizar en la senda espiritual, una especie de «misión doméstica».

Su inspiración es clara: los textos devotos que la conforman están sacados de las obras de San Agustín, como las Meditaciones y los Soliloquios. Con ellos se profundiza en el misterio redentor de la Pasión y Muerte de Jesús. La mano de un fraile agustino se rastrea, por tanto, tras los textos de la Novena.

Bien conocido es el cristocentrismo subyacente a la teología agustiniana. No faltan, empero, oraciones -para todos los días- encomendándose a la mediación de la Virgen María, así como al mismo santo obispo de Hipona. En otras palabras, la devoción mariana -que en la actualidad ha cristalizado en nuestra Hermandad bajo la advocación de Consolación- ya se hallaba presente en los antiguos hermanos de la corporación.
Por lo demás, se especifican las condiciones para realizar correctamente y con aprovechamiento la Novena, como son la confesión y la comunión, recomendándose, aunque se podía hacer en cualquier época del año, el tiempo de Cuaresma y, claro está, las fechas en torno a la celebración principal del Cristo de San Agustín, como eran los días 5 al 13 de agosto de cada año. También se podía realizar en nueve viernes, enlazando con la tradición de culto de la Hermandad en este día de la semana. Antaño, como figura en las primeras reglas, celebrando una misa cantada todos los viernes del año, «descorridos los velos» que habitualmente ocultaban la venerada Imagen; en la actualidad, mediante la Eucaristía y el acto de adoración al Santísimo se celebran los primeros viernes de cada mes.
Comenzaba el ejercicio con la señal de la Santa Cruz y el acto de contrición, pasando después a las oraciones (dos cada día, destinadas respectivamente a Dios Padre y a Dios Hijo) y a las jaculatorias, en número de cinco en honor de las llagas de Jesucristo, que se repetían todos los días. El padrenuestro, el avemaría y el gloria, más una antífona y una oración cerraban a diario el ejercicio de la Novena.

Un texto devoto, en definitiva, que se ofrece para que los hermanos puedan disfrutar de las bellas argumentaciones de San Agustín en torno a Cristo Crucificado y de las sentidas oraciones que nos lo presentan como el amado, la luz, la vida, el fuego, la espada y la saeta, etc.