Las rogativas al Santo Cristo de San Agustín se repitieron en 1750, a causa de la sequía, y en 1755 con ocasión de una plaga de langosta y un terremoto.

Como ocurrió tras la salida de 1679, la de 1750 también supuso un nuevo impulso a
la Hermandad, aumentaron los hermanos rompiendo la barrera estatutaria de los 72, como hace pensar la decisión de publicar las Reglas, y se acrecentó su patrimonio pues a estos años mediales del siglo corresponden la cruz y el nimbo de plata que otorgaron una nueva y definitiva configuración a su Sagrado Titular.

Sin embargo, a finales del siglo XVIII, el nuevo movimiento de la Ilustración inició  una clara hostilidad hacia la denominada despectivamente como religiosidad popular, especialmente contra las hermandades residentes en templos conventuales.

Nuestra hermandad, sin bienes rústicos ni urbanos, como se observa en los catastros dieciochescos, e informada favorablemente en el proceso general que Monseñor Barroeta y Ángel abrió a las hermandades de la diócesis, continuó su trayectoria sin especiales sobresaltos ni problemas